viernes, 13 de mayo de 2011

Costumbres.

Se me convirtió en costumbre llorar por ellos, por esos seres estúpidos y prehistóricos llamados hombres. Se me convirtió en costumbre sufrir por ellos, esperarlos, aguantarlos.

Se me convirtió en costumbre mirar el móvil cada rato, esperando sin resultado ese mensaje de ‘Buenos días, cariño’. Se me convirtió en costumbre echarlos de menos a cada segundo que no lo tenía. Se me convirtió en costumbre ilusionarme con que al salir de clase allí estaría él, esperándome con una sonrisa en la boca por sorpresa, con su consiguiente desilusión al salir y no hallar a nadie. Se me convirtió en costumbre esperar un mísero cambio, algo que haga sospechar que dice la verdad cuando susurra ‘te quiero’. Se me convirtió en costumbre odiar a todas las chicas que se acercaban demasiado a él. Se me convirtió en costumbre mirar internet cada cinco minutos esperando ver su nombre conectado en la pantalla. Se me convirtió en costumbre ilusionarme con que él sería diferente.


Que desilusión, al fin y al cabo… ¿Qué más podemos esperar de tales infantiles criaturas? Somos tontas, señoritas, pues, no van a cambiar. Todas esas esperas e ilusiones se quedan en nada, de vez en cuando se desahogan en forma de lágrimas perdidas en una almohada, pero el resto nos consume por dentro poco a poco, viendo todo lo que pudo ser y no fue, dándote cuenta de que no eres nada más que un simple nombre en una agenda perdida…

Y como buenas costumbres que son, seguirán ahí para hacernos la vida imposible. Ánimo, compañeras.

jueves, 14 de abril de 2011

¿Sabes?

Eres la cosa más bonita que he tenido en toda mi vida. Nunca me cansaré de mirarte. Tus ojos, tu pelo, tus manos, tu boca, tu carita llena de pecas. Eres adorable, jodidamente delicioso. Daría todo un año de mi vida por alargar todos esos momentos en los que puedo mirarte sin que nadie nos moleste.
Daría todos mis recuerdos por poder pasar los dias a tu lado, acariciandote, abrazandote... Me encanta cada vez que me dices que me quieres, que me pides que te bese, que me tocas sin motivo alguno, solo para saber que sigo ahí, me encanta ir a verte a cada partido, sabiendo que de una forma u otra te hace feliz que me interese por ti. Las horas de cada dia se me pasan contando cuando voy a verte o a hablar contigo.
Me haces jodidamente feliz, solo queria que lo supieses.
Te quiero.

miércoles, 6 de abril de 2011

Rivales dentro y fuera del campo.

Todos conocemos el fútbol, quizás no las reglas ni el nombre de los jugadores de todos los equipos, pero sí sabemos que hay un juego en el que un grupo de personas vestidas de unos colores determinados se enfrentan a otro grupo con colores diferentes para meter un balón en una portería custodiada por otro jugador, pero, ¿qué sabemos realmente del fútbol? Sabíamos todo cuando no era más que un juego, un deporte más, pero actualmente no es solo eso, es mucho más.


Es algo muy común sentarse a mirar un partido por la televisión, pensando en lo afortunados que son esos jugadores que tanto dinero ganan por dedicarse a algo que tanto les gusta. A muchos les gustaría estar en su lugar, pero de repente, empieza el partido y algo pasa. ¿Tu equipo pierde? ¿Ha habido alguna falta que no consideras justa? Ya la hemos armado. Te levantas del sofá, gritas como si pudieras hacer algo por evitarlo y finalmente caes de nuevo a tu asiento derrotado y de mal humor. Claro, esto no es un gran problema, pero ahora piensa en aquellas personas que han apostado, la cosa ya se pone más tensa, y ahora sólo imagina a aquellos que tienen el fútbol como estilo de vida, ¿qué pasará? Pues que saldrán indignados y furiosos y arremeterán contra seguidores del equipo contrario, contra el árbitro y contra los mismos jugadores rivales.


Muchas veces, estas indignaciones tienen un fondo más complejo. Normalmente por tensiones políticas, como el ejemplo que se dio en el Mundial de fútbol de 2007, en el cual estas tensiones provocaron un conflicto violento entre las selecciones de Honduras y El Salvador, que, aunque solo durara 6 días dejó casi 5.000 muertos civiles.


Pero no todos los conflictos tienen que ser a tan gran escala. Una estadística llevada a cabo en 2006 demostró que durante épocas de mundiales de fútbol aumentaban los conflictos matrimoniales y los divorcios, al tiempo que bajaba el número de bodas. Más de un novio se habrá escabullido de su propio banquete de boda para ver jugar a su selección.


Otra clase de conflictos son los relacionados con la educación. En un colegio de Asturias se ha llegado a vetar el fútbol a la hora del recreo ya que crea enemistades entre los compañeros y empeora el ambiente en clase. Esto ocurre porque los niños, imitando a sus padres, se dedican a insultar a sus compañeros si algo no les parece bien, cosa que, teniendo tan corta edad, ocurre a menudo.


Y yo me pregunto, ¿es necesario llegar hasta estos extremos? El fútbol es un deporte, nada más que un deporte, tan digno como cualquier otro deporte, cuya finalidad es fomentar el trabajo en grupo y de paso pasar un buen rato con tus amigos. Pero las cosas llegan muy lejos, mucho más de lo que pensamos y me parecen un poco triste todas esas personas que son capaces de matar por defender un equipo, unos colores, un simple canto… Y triste se queda corto.


Y en este tema si podemos hacer algo: podemos dar ejemplo, que es lo que hoy en día no se da demasiado, porque aunque nosotros podamos jugar un partido sin nada más que algún pique, hay gente que no llega a entender que todo acaba cuando se pita el final del partido.

sábado, 2 de abril de 2011

Ejemplos

Desde bien pequeños nos acribillan a argumentos para que nos esforcemos, tales como: ‘Si quieres tener una buena vida tienes que estudiar’, ‘Sin esfuerzo no se llega a ningún sitio’, ‘Si no te aplicas no serás nada en la vida’, cuando en la realidad no es tan cierto.


Para empezar, desde bien pequeños nos enseñan que hay que valerse solitos, pero la verdad es que si la cosa no va bien volvemos llorando a brazos de nuestros padres y ellos nos acogen encantados, creando un enlace de dependencia no muy sano.


Luego crecemos, digamos que vamos al colegio. Allí los profesores intentan enseñarnos unos valores, entre ellos el del esfuerzo, y nosotros, inocentes, llegamos al instituto y creemos que eso sigue así y se nos cae el mundo encima cuando vemos a chavales solos por los pasillos, incluso apaleados por sacar buenas notas y esforzarse. ¿Entonces qué hacemos? Simple. Dejamos todos esos valores a parte, porque en la adolescencia preferimos un grupo de amigos a una nota alta.


Más tarde, pongamos que hemos madurado, ya somos personas que podemos enfrentarnos solos y no hay nadie que nos impida dar libertad a nuestros valores. ¿Qué ocurre en ese momento? Que nos damos cuenta de la falta de justicia de nuestro mundo. En esta edad queremos llegar a ser alguien y, tomando como ejemplo a personajes públicos conocidos, llegamos a la conclusión de que para ser alguien en esta vida no hace falta esfuerzo, sino tener la cara muy dura.


Y así es como, por desgracia, la sociedad seguirá siendo, un mundo en el cual el único valor existente es el del dinero.

martes, 29 de marzo de 2011

Valor infravalorado.

Hoy día oímos hablar mucho del esfuerzo, de la necesidad de esforzarse para conseguir algo en la vida. Sin embargo, la sociedad nos está vendiendo la idea contraria a la necesidad de esfuerzo. ¿Por qué ocurre esto?


Parece ser que actualmente está en cabeza de toda persona menor de veinticinco años que es posible vivir cómodamente sin esforzarse lo más mínimo, y no van muy desencaminados. Es posible tener una ‘’buena vida’’ sin mover un dedo, siempre tendrás cerca a unos padres que te harán la comida, te lavarán la ropa y te harán el ‘cura sana’ si te haces algún rasguño. Así es como nos han educado, y así es como irremediablemente educaremos a nuestros hijos al no tener otro modelo de educación.


¿Qué pasará? Pues que poco a poco y sin poder evitarlo se irá perdiendo el valor del esfuerzo, será un valor infravalorado, redundancia incluida, inexistente me atrevería a decir. Hoy en día ya anda muy perdido, como podemos observar en los ejemplos con los que día a día nos bombardea la televisión: programas insulsos en los que gallos y gallinas por llamarlos de algún modo, se gritan y pelean entre sí discutiendo de la vida privada de otra persona, ¿qué ocurre entonces? Los niños, pre-adolescentes, adolescentes, estudiantes y futuros madres y padres toman como ejemplo para tener una vida mejor el ser un ignorante que no tiene la menor vergüenza y muestra su vida por la televisión, todo por unos buenos fajos de billetes.


La mayor parte de los ídolos que mueven masas actuales han llegado hasta donde están sin esforzarse de ninguna manera, simplemente teniendo la cara un poco dura y aprovechándose de cualquier situación. Y esto hace que nos creamos lo suficientemente capacitados para ser importantes sin dar algo a cambio.


Además de todos estos malos ejemplos que siguen los jóvenes, y no tan jóvenes, ciudadanos del mundo sin capacidad para razonar por sí solos, podemos encontrar chavales que sí que valen. Que conocen el valor del esfuerzo, que saben que las cosas no vienen solas y que están dispuestos a sacrificarse para llegar hasta donde quieren llegar. Y estos no son ninguna minoría, ni mucho menos. Lo que pasa con estos chavales es que se esconden. Sí, se esconden. Estoy hablando de jóvenes en edad de estudiar, de colegios e institutos, que se ven obligados a callarse para sí mismos todos los esfuerzos que tienen que hacer para sacar buenas notas y que, aún así, son discriminados por el resto de sus compañeros por el simple hecho de tener unas notas más altas. Esto causa que muchos de estos jóvenes desistan, prefieran tener unas notas más bajas para tener la aprobación de los demás.


Para mí está clarísimo. El valor del esfuerzo se aprende, no se nace con él, y es deber de padres, tutores y de la sociedad en general hacer que las futuras generaciones que habitarán nuestro planeta tengan unos valores mínimos, ya que de otra manera se perderá uno de los mayores logros del ser humano: la inteligencia.