viernes, 13 de mayo de 2011

Costumbres.

Se me convirtió en costumbre llorar por ellos, por esos seres estúpidos y prehistóricos llamados hombres. Se me convirtió en costumbre sufrir por ellos, esperarlos, aguantarlos.

Se me convirtió en costumbre mirar el móvil cada rato, esperando sin resultado ese mensaje de ‘Buenos días, cariño’. Se me convirtió en costumbre echarlos de menos a cada segundo que no lo tenía. Se me convirtió en costumbre ilusionarme con que al salir de clase allí estaría él, esperándome con una sonrisa en la boca por sorpresa, con su consiguiente desilusión al salir y no hallar a nadie. Se me convirtió en costumbre esperar un mísero cambio, algo que haga sospechar que dice la verdad cuando susurra ‘te quiero’. Se me convirtió en costumbre odiar a todas las chicas que se acercaban demasiado a él. Se me convirtió en costumbre mirar internet cada cinco minutos esperando ver su nombre conectado en la pantalla. Se me convirtió en costumbre ilusionarme con que él sería diferente.


Que desilusión, al fin y al cabo… ¿Qué más podemos esperar de tales infantiles criaturas? Somos tontas, señoritas, pues, no van a cambiar. Todas esas esperas e ilusiones se quedan en nada, de vez en cuando se desahogan en forma de lágrimas perdidas en una almohada, pero el resto nos consume por dentro poco a poco, viendo todo lo que pudo ser y no fue, dándote cuenta de que no eres nada más que un simple nombre en una agenda perdida…

Y como buenas costumbres que son, seguirán ahí para hacernos la vida imposible. Ánimo, compañeras.